domingo, 25 de abril de 2010

...

1

A ti

“…por Dios que no asignó la suerte
Ana Ajmátova

Por la película que no vimos
los poemas que no leímos
los libros que no compartimos
las cosas que no nos dijimos
las fotos que no tomamos
el castillo que no visitamos
los viajes que no hicimos
los besos que no repetimos.
Por mí que nunca dije nada
y por ti, que te alejas. Te quiero.

2
Hoy me levanté de golpe
como la fiebre, los recuerdos,
el tiro de una escopeta,
el charco de agua,
la cucaracha en la ventana
y tú tan lejos.

Todavía la noche infinita cubría el sollozo
y la luna traía recuerdos
y el silencio temblores
y tu ausencia el agua
que cubrían mis mejillas.

Esta noche te extraño, te quiero, te extraño y te espero.
Y aunque no regreses a mostrarme tu luna,
a leerme un poema,
a estar
a sentir
a reír conmigo
a fumar y viajar
te quiero, aunque ya no quieras saberlo.

Meny

sábado, 24 de abril de 2010

Del relato o lo que ya fue

Del movimiento de Blanchot a la esfera de Cortázar

Dice Maurice Blanchot, el relato no es la relación de un acontecimiento, sino ese mismo acontecimiento. Qué se oculta tras esta observación: el problema del relato, esto es, su temporalidad. Aun cuando el relato sea la narración de lo que ya fue su existencia no es el pasado, sino la transformación de éste (metamorfosis) en el presente, que es, y no de otro modo, el relato en sí.
Decimos problema porque esta visión sobre el relato es riesgosa: los tiempos verbales —sólidas islas— se ven trastocados por un movimiento impreciso. Tal es el movimiento del relato que va hacia un punto que parece haber sido alcanzado, pero que a su vez posibilita lo que será. En otras palabras es un avanzar, que parece recuerdo, evocación, mirada hacia atrás y todo con la ansiedad de “ser”, pues, lo repetimos, el relato es en ese movimiento y no existe fuera de él. Y aún más, sólo del movimiento —dice Blanchot— extrae el relato su atractivo, tanto así que no puede siquiera “comenzar” antes de alcanzarlo.
En este sentido, el relato es lo que ya fue. Pero aún cuando esta premisa sea escrita en pasado (ya fue) la realización del relato sólo es posible en este gerundio (en el movimiento): El relato —agregamos— se está haciendo a sí mismo, haciendo real lo que ocurrió, en una mecánica perfecta en la que ya nada queda fuera del relato; ya nada fuera de él es real. Esto lleva a Cortázar a sentenciar: Me parece una vanidad querer intervenir en un cuento con algo más que con el cuento en sí. El relato da su regla y no acepta ficciones fuera de ella.
Es este momento de plena libertad en el que el relato es y ya no tiene otro asidero que él mismo. Esto que Julio Cortázar llama la autarquía, el hecho de que el relato se ha desprendido del autor como una pompa de jabón en la pipa de yeso. La libertad del relato está en su capacidad de hacerse (ésta es su pretensión) Su autarquía consiste en producir lo que narra, en lograr la perfecta conjunción entre la realidad que describe y la realidad del propio relato.
Ahora bien, regresemos al movimiento. Hemos dicho que va hacia un punto que ya ha sido logrado. Es así como aparece la forma del relato; su movimiento hacia sí no brinda una imagen: la esfera.
Explica Cortázar que la situación narrativa en sí debe nacer y darse dentro de la esfera, trabajando del interior hacia el exterior, sin que los límites del relato se vean trazados como quien modela una esfera de arcilla. Esta idea tiene su par en el pensamiento de Blanchot cuando al hablar del espacio de la obra recuerda que ella debe representar el movimiento hacia sí misma y la búsqueda auténtica de su origen. Ambos autores traen a la luz una condición del relato: su dinámica interna. Dinámica que en Cortázar va de dentro hacia fuera y en Blanchot de adelante hacia atrás.
En ambos casos la evocación está presente; se trata de darle lugar al relato, lugar y ritmo; también estructura. De tal modo que la dinámica del cuento es la reminiscencia. El relato es el recuerdo que se hace recuerdo en la medida de su realidad, que no es otra que la de la esfera, es decir, del movimiento perpetuo que busca un punto donde la realidad primera del relato sea la única posible.

Circe de Pluie

domingo, 18 de abril de 2010

El desfile Bicentenario


Arriban los 200 años de la “movida” pro-independentista y la querida Capital se cubre por una atmósfera festiva y patriótica; comienza a maquillarse la ciudad para tan especial ocasión, pendones por doquier con retratos de los próceres y fragmentos de la pintura de Juan Lovera, que dicho sea de paso, si algún citadino no ha podido observar la obra original no debe preocuparse, si camina por las calles de Caracas de seguro se topará con algún pendón que la reproduzca -en el pasado quedaron aquellos tiempos de la “la obra original”, bienvenidos a la era de la reproducibilidad- ahora bien, esto no es lo importante del caso, volvamos a nuestra ¡celebración...!

Mientras la ciudad se “retoca” para el evento, nuestra Fuerza Armada Nacional inicia los preparativos para el tan esperado desfile. Si usted querido lector o lectora, es vecino de la parroquia el Valle, de seguro podrá escuchar los ensayos previos al 19 de abril. Cada año a lo lejos escuchamos los gritos, o mejor dicho las ordenes del General encargado, mientras que los chicos de la academia deben practicar hasta lograr una perfecta alineación para realizar un impecable desfile, bajo el sol o la lluvia... este tradicional homenaje, es y ha sido desde hace muchos años, la atracción de algunos ciudadanos que asisten -muchas veces a ver a sus familiares- para distraerse y disfrutar de los “performance” que ofrece el desfile, especialmente para los más pequeños.

Llega el tan anhelado día y observamos a las personas contemplando los tanques, a los militares con sus prolijos uniformes, realizando sin equivocación el tan ensayado desfile, que no sólo simboliza la conmemoración de una fecha patria, sino que también significa, como diría un querido amigo Teniente: “trabajo y más trabajo, dolor en los pies y demás...” pero a pesar de ello ¡templanza en esos rostros muchachos! Por otra parte, la banda de guerra, las acrobacias de los paracaidistas, quienes dicho sea de paso tienen un grito de guerra muy pegajoso o es que ¿nunca han escuchado el “paracaidistas, paracaidistas” a todo pulmón? Así, todos con la mirada en el cielo, observan como descienden los hijos de Bolívar y nietos de Ares.

El público, lleno de asombro y con un tanto de taquicardia por el aterrizaje, aplauden la llegada a tierra de los soldados. Pero no podemos dejar a un lado los aviones, amados por unos, odiados por otros, pero que sin lugar a dudas cualquier chiquillo amante de estas aeronaves, queda estupefacto al verlos en “acción”; y es que no pasan desapercibidos, no sólo por las acrobacias que realiza el piloto sino por el ruidito que generan, definitivamente, ellos se hacen sentir y cuando no aparecen –pues si el clima está nublado es contraproducente- el desfile no es lo mismo...

En definitiva, nuestra atracción es sin lugar a dudas, la de un país que no posee una cultura bélica, pues vemos a los chicos maravillados con los tanques, cosa que obviamente no sucedería con un niño afgano, por ejemplo. Así mismo, los ruidosos aviones, nos molestan sí, ¡ah! ¡Que fastidio!, solemos decir, pero qué bueno que no pasa de ser una molestia transitoria, sólo para un desfile en conmemoración de una fecha patria, que si bien es una tradición, hoy en día causa desagrado a más de uno, por ilógico que parezca, hoy en día el “patriotismo” da asco, bien sea porque la publicidad que tiene es como la de un producto que hay que vender o porque sencillamente “¡qué fastidio este país!”, sin embargo, nadie se queja ni hay criticas hacia el tan festejado y publicitado 4 de julio, souvenirs de todas las formas y tamaños portan la bandera del país que lo festeja, la gente con sombreros, banderas y pitos celebran como si se tratase del año nuevo, but nobody criticizes them...

La K-Boom

lunes, 5 de abril de 2010

De lo ambiguo a la sampablera: Caracas innombrable



Cuando llegamos a Caracas desde el exterior —como es mi caso—surge una primera interrogante: ¿esto es provisional o definitivo? ¿Esta “ciudad” la están construyendo o la están demoliendo?
Carlos Cruz-Diez




Hace algunos años leía a García Márquez evocando su época en Caracas. En la segunda línea el Gabo decía la infeliz Caracas (desde luego me ofendí). Pero al continuar la lectura descubrí que la infortunada expresión tenía dueño y no era del colombiano —fundador ocasional de otros pueblos—. Las palabras eran del mismísimo libertador, sí, del risueño Bolívar. Líneas más abajo el fabulador de Macondo conjuró el destino de mi ciudad ante mis ojos: a Caracas se le ama sólo si se es capaz de padecerla (desde luego, lo entendí).

Cuando Juan Villoro inquiría contra qué crece ciudad de México yo me preguntaba en nombre de quién crece Caracas, porque al pasear por la vieja ciudad de techos rojos —metáfora alegre que nombra a un pasado inexistente—, es clarísimo que Caracas crece como conjuro maligno escupido por quién sabe qué bruja, siempre bajo nombres imposibles que tratan de hacerla una ciudad mejor.

Nada sospecharía Dieguito Losada que su último gesto religioso, es decir, el bautizo de esta ciudad con el nombre de su patrono sería el inicio de una delirante verborrea que recorrería de esquina a esquina esta tierra —literalmente de esquina a esquina—. Losada abrió el libro de conjuros que intentaría nombrar los señoríos de los indios caracas, gente violenta según dicen los viajeros del Caribe.

Pero algunas centurias después la ciudad sigue indomable (si no, pregúntenle al Alcalde Mayor de turno, desconocedor de sus dominios). Los nombres de Caracas siempre parecen remotos, si se husmea un poco quizá se descubra que no tienen fundamento más que la costumbre de los pobladores, o su ocio. De hecho la ciudad está plagadas de cuentos: que las estatuas ruedan de tiempo en tiempo, verbigracia. No hablemos del difunto Colón, desaparecido en los previos de la Plaza Venezuela un día de… resistencia, encuentro, descubrimiento, raza… (Tampoco está claro el almanaque).

Y como del ocio al chisme es corto el lindero, las calles de la ciudad —en especial sus cuadras— están como verbigracia de ello: En alguna esquina del centro vivía el señor Madriz con sus tres lindas hijas, como todos tenían que ver con ellas pues su casa era referencia obligada, así que si usted baja por la Catedral señor, ahí mismito encontrará las Madrices (decían que la menor no era tan agraciada).

Sí, la Sultana del Ávila (nombre no muy autóctono que se diga) está hecha en nombre de personas y personajes. No sólo han sido los ilustres, Caracas se ha nombrado desde incidencias: dicen que la esquina el muerto data de época de guerra federal y que a la hora del toque de queda cuando se recogían los cadáveres, uno se levantó, se sacudió un poco la ropa y cogió camino para su casa. Pero otros temores acechan al caraqueño: la cuadra que va de Peligro a Pele el Ojo (o viceversa) es paradigmática. Nadie sabe qué pasó allí, pregunte para que vea.

Cuándo Miranda se quejaba del bochinche era porque no había vivido la sampablera. La revuelta en la esquina de San Pablo sirvió de excusa para renombrar el particular alboroto del caraqueño. La ambigüedad no admite número, ni decreto presidencial. Todavía llamamos Parque del Este a la re-etiquetada estación de metro Miranda. Lo cierto es que ni lo uno, ni lo otro, porque el parque verdaderamente se llamaba Rómulo Betancourt (el que dijo: Disparen primero y pregunten después).

No todo es desastre en Caracas, hacia el este hubo un intento por dar número. Todo muy bien hasta que ves que la Rómulo Gallegos (éste gobernó de vaina) es la primera trasversal de Santa Eduvigis, pero la tercera o cuarta de los Palos grandes. Lo bueno es que muchas cosas se llaman Bolívar y eso da aires de familiaridad.

Quién pensaría que la infeliz caracas tendría bondades. No en todas partes del mundo usted puede saber de tantas latitudes en el mismo lugar. En las Mercedes, con poco esfuerzo, usted puede ir de París a Nueva York sin pasaporte.

Caracas se disgrega hacia el mar, hacia la montaña. Hay que hacer una salvedad sobre esto último, si usted ve ranchos sobre la montaña está en presencia de un cerro; si ve geométricas urbanizaciones, una colina. Así que no es cualquier montaña.

La disgregación de la “sucursal del cielo” (éste sí que fue un mal chiste) alcanza la psique de sus habitantes, incluso su modo de hablar. El caraqueño no habla español y mucho menos castellano. Nuestra enmarañada jerga es digna de los vericuetos de la ciudad: nunca serán lo mismo cualquier vaina a te voy a echar una vaina. El caraqueño, hablador de paja por excelencia, no siempre es dicharachero, si se molesta, te puede echar paja.

Cuando Cruz-Diez (no exento de ironía) se pregunta si Caracas se está construyendo o demoliendo, siento cierto alivio pues ya Villoro recuerda que la ciudad moderna está determinada por la construcción, pero no la posmoderna. Sonrío y pienso que Caracas puede ser un paradigma de la posmodernidad porque, dice Villoro, que a estas ciudades las caracteriza la función. ¿Qué función tiene la innombrable Caracas en nuestras vidas?

Lo que comenzó como honor a un santo se ha convertido en un monstruoso leviatán. Caracas devora al tiempo entre sus fauces y con él se lleva a sus dolientes; las calles se hacen eternas —con nombres inverosímiles— en un embotellamiento de cinco de la tarde.

Se ha optado por seguir la truncada nomenclatura citadina. Yo nací en Petare —al lado del río, en lengua indígena—, ahora vivo en el centro. Si alguien quiere visitarme móntese en una camionetica que diga Puerta Caracas, a la salida del Mc Donalds de Capitolio; sepa que vivo entre Torrero y San Vicente, subiendo por Dos pilitas, al final de la Baralt, antes de la cota mil. Por cierto, la cota mil tiene otro nombre, el oficial, Avenida Boyacá (suponemos que fue una batalla afortunada). El nombre popular le viene por su altura; justo allí Caracas está a mil metros sobre el nivel del mar (a quién le importa eso).

Circe de Pluie

jueves, 1 de abril de 2010

...



Grito

Hoy recuerdo aquella noche, cuando simplemente te entregué mi ser, aún sabiendo que nunca serías para mí, porque eres del viento, libre e infinito. Hoy mi alma te extraña, mi vientre palpita porque nuevamente desea sentir tus caricias y el desespero de saber que nunca más estaré a tu lado invade poco a poco cada vena, cada célula de este cuerpo físico y etéreo que ha quedado como un alma en pena vagando por los rincones de esta fría habitación, rogando porque algún día pueda ser tuya nuevamente. Mi ser no quiere alimentos ni bebidas, ya nada me nutre, sólo quiero el calor de tu cuerpo y la energía de tus besos, sólo eso quiero para existir.

La K-Boom


... y nada pasa mientras todo pasa.
Nada hago mientras todo pienso.
Jugamos a encontrarnos.
Huimos de la tierra, volamos al espacio,
recorremos el encuentro de aprendernos.
Nos miramos por instantes infinitamente efímeros.
Esta noche te tengo.
Sí, ya lo sé, no te tengo pero te tengo.
Estás y eso basta.

Meny