lunes, 29 de marzo de 2010

Deshago mis pasos...

Deshago mis pasos para encontrarme en alguna esquina del camino
Saber cómo fue mi última mirada y los ojos que me vieron; también los que me ignoraron
Saber de la calle ¿Acaso fue una amplia avenida?
Cómo sería la última mirada indsicreta; bajo qué árbol

Deshago los pasos y no llego a donde estaba; tampoco a donde quise
No sé de qué lugar hablo
Désde que grieta de muro sale mi voz

Deshago mis pasos y miento
No estoy caminando sólo regreso al silencio
sólo me acojo a la ley de la sombra
dispuesta a dar en trueque mis huellas por un poco de peso
Y ya sin voz y ya en la sombra aparecerá el grito primero
Ese que me arrojó tan lejos



Circe de Pluie

martes, 16 de marzo de 2010

Fantasía bolivariana a dos tiempos

Por aquella ventana saltó el hombre con paragua en mano. Bajito, con barba y sombrilla negra. Algunos dicen que sí logró volar; lo cierto es que la pierna se jodió. Pero de aquello ya hace mucho. ¡Arrodillarse ante Dios, dar gracias y más gracias porque es grande!

Toda la luz se concentra en la brillante estatua (nadie sabe que es falsa). Las bolas de ese caballo fueron hechas por manos extranjeras; según parece un italiano que visitó tierras sureñas. Pero ésta es falsa y no hay guirnalda en fecha patria que la traiga a la vida. Sólo la mierda de palomas acompaña este vestigio de aquella fiebre de hacer de ese pedazo de tierra una pequeña Francia. Pero de eso ya hace mucho ¡El señor vendrán con su fuerza a castigar a los impíos!

De los árboles del antiguo mercado hoy emergen negras ardillas, todas extrañas recibiendo a miradas infantiles. Los animalitos son el recuerdo de lo moderno, sí, porque la modernidad entró con animales (ardillas negras se ha dicho). Pero de eso ya hace mucho y hoy a las reinas de lo moderno sólo les queda jugar con cotufas mantequillosas. Otra vez el estribillo ¡Arrodillarse ante Dios, dar gracias y más gracias porque es grande!

Por un costado la iglesia, tumbada varias veces por quién sabe qué azotes divinos. La pila bautismal de antaño la querían botar; ahora se exhibe en la casa donde nació el tipo que monta el caballo con bolas grandes, hechas por manos extranjeras; la casita queda unas cuadras más abajo ¡En el nombre de dios arrepiéntanse; en el nombre de dios perdonen a sus hermanos!

Unos angelitos decoran las fuentes, porque sépase bien que aquí no se es católico pero sí neoclásico, así lo pensó el Ilustre Americano, ese que erigió edificios en cien días. El mismo que echó a las monjas y luego mandó a hacer iglesia con el nombre de la mujer, pues de que vuelan, vuelan y hay que cuidarse las espaldas. Pero de eso ya hace mucho y hoy sólo quedan unos cuantos faros en la plaza y las fuentes, no se olviden las fuentes, con angelitos cristianos en estilo neoclásico. ¡Bendito sea el señor!

Un carajito tira el helado y más atrás el padre el tira un coñazo. Otro compra cotufas sólo para hacerle la guerra de maíz a su enemigo de al lado. Las ventanas de donde se tiró el cabito están cerradas. Desde aquel entonces (desde que el tipo se tiró con el paraguas) se han preferido las casas de una sola planta ¡Orden presidencial!

Dicen que desde aquí el expatriado de Diego de Losada fundó la ciudad, todo en perfecto damero madrileño. Hoy las baldosas ennegrecidas es lo único geométrico que se conserva porque la ciudad se desparramó por donde puedo, como reguero de agua, como el reguero de helado del carajito de hace un rato.

Viejos consternados se hacen costra a lo largo de la bancada, bajaron hoy como fervorosamente lo han hecho los últimos cincuenta años. Todo en ellos son gris, todo en ellos es cansancio. Una mujer cansada se quita los tacones y descansa los cayos. Detrás de ella un palacio, o mejor dicho, dos. Uno lo rayan de vez en cuando, según el ánimo de la esquina caliente; el otro está mejor pintado. Uno resguardó la fe en otros tiempos; el otro, las leyes. Pero eso fue hace tanto y sigue el flaco con el megáfono ¡Aleluya, aleluya, cristo ha resucitado!

Asalariados van y vienen, cruzan la plaza diagonalmente. Ninguno le para a las pelotas brillantes del caballo, tampoco alcanzan a ver al musiu que lo monta y eso que cuando niños los obligaron ir a la casa del tipo, esa que queda unas cuadras más abajo. El flaco se mueve con vehemencia ¡el día se acerca!

Un olor aprisiona a los que deambulan por la plaza. Hombres con máscaras y camisas de un rojo desteñido esparcen un gas intolerable. —Es pa´ los zancudos—grita uno y encima se le viene las mentadas de madre. Las mujeres recogen a sus muchachitos y huyen como cucarachas por las cuatro calles que rodena la plaza. La tarde va cayendo, cada vez son menos los aplausos y al rato se larga el flaco, tambaleándose con el megáfono.

Adiós a la plaza. Atrás quedan la Joyería La Francia (reducto del delirio moderno), las fuentes con los angelitos dorados, el piso cuadrado, los palacios y la casa amarilla (en la que se dio el brinquito por el terremoto); atrás quedó Bolívar y su caballo de bolas grandes forjadas por manos extranjeras.

Circe le pluie

viernes, 5 de marzo de 2010

En el carrito


En un carrito bien destartalado recorría yo la ciudad infinita. ¡Carajo! Gritó aquél a quién se le esfumó una yanta, mientras el de atrás gritaba ¡hijo e puta! Porque casi casi chocaba a éste. Mi esperolao carrito siguió andando entre ruidos cochambrosos pasando por las maravillas que ofrece la ciudad.

Un tipo muy acuerpado caminaba medio tumbáo -como si los brazos fueran a volar solos sin su cuerpo, y sus pies casi no tocaban el suelo; en puntas, sólo éstas tocaban tierra-, tomando de la mano a la chica que parecía ser su jeva, tipa semejante a todos aquellos maniquíes que ahora están de moda, con grandes senos, diferenciándola sólo su enorme trasero que zumbaba de un lado a otro como si le estorbara a sí misma. Del otro lado de la acera una licorería rezumbaba un esperpentojo de ruidos con letras que no producían en mí más que asco e infinitas ganas de vomitar: reggaetón. Todos estos hombres acompañados de sus respectivas birras y otros tantos con mujeres mal-formadas: grandes vientres pútridos –no era otro ser vivo quién allí llevaban, a punta e birra mantenían su enorme producto estomacal infectados-, usando ropa que parecían haberlas tomado prestada del ropero de sus hijas, mal-formando aún más sus repulsivos traseros, piernas y demás, haciendo imaginar en mí cómo demonios habrán hecho para colocarse sus respectivos pantalones.

Cambió el semáforo –¡gracias a Apolo!-, pude seguir entonces mi rumbo sin fin. Más adelante debí hacer una parada en esos auto-mercados para saciar mi sed, el pana que me vendió dicho producto no hacía más que menear su cabeza hedionda por el gel como si intentara una especie de exorcismo (escuchaba algo a través de esos tapones en los oídos). Finalmente mi auto despegó dejando atrás a aquél encuentro tan peculiar.

Disfrutar de todo ese conjunto de maravillas caraqueñas causó en mí las ganas de fumar un puchito, así que mientras seguía recorriendo las calles en mi carrito decidí hacerlo, el humo es bueno para calmar aquella burda e gente que me rodeaba incesantemente.

¡Joder! -dije mientras limpiaba las lagañas que abarrotaban mis ojos- era un puto sueño.



Notas:

Birras: Utilizado por el venezolano como sinónimo de cerveza, bebida embriagadora.

Esperolao: Sinónimo de esperolado.

Esperpentojo: sinónimo de esperpento.

Jeva: sinónimo de mujer.

Lagañas: Elemento creado alrededor de los ojos producto de un mal dormir, de lágrimas no limpiadas. Ya todos lo saben.

Pana: Sinónimo de amigo.

Puchito: Utilizado comunmente por los uruguayos para denominar así al cigarrillo o la marihuana. Objeto consumible a través del aspirar de humo.

Tumbáo o en lengua castellada (y no caraqueña o venezolana, como aquí): Tumbado.

Meny