martes, 16 de marzo de 2010

Fantasía bolivariana a dos tiempos

Por aquella ventana saltó el hombre con paragua en mano. Bajito, con barba y sombrilla negra. Algunos dicen que sí logró volar; lo cierto es que la pierna se jodió. Pero de aquello ya hace mucho. ¡Arrodillarse ante Dios, dar gracias y más gracias porque es grande!

Toda la luz se concentra en la brillante estatua (nadie sabe que es falsa). Las bolas de ese caballo fueron hechas por manos extranjeras; según parece un italiano que visitó tierras sureñas. Pero ésta es falsa y no hay guirnalda en fecha patria que la traiga a la vida. Sólo la mierda de palomas acompaña este vestigio de aquella fiebre de hacer de ese pedazo de tierra una pequeña Francia. Pero de eso ya hace mucho ¡El señor vendrán con su fuerza a castigar a los impíos!

De los árboles del antiguo mercado hoy emergen negras ardillas, todas extrañas recibiendo a miradas infantiles. Los animalitos son el recuerdo de lo moderno, sí, porque la modernidad entró con animales (ardillas negras se ha dicho). Pero de eso ya hace mucho y hoy a las reinas de lo moderno sólo les queda jugar con cotufas mantequillosas. Otra vez el estribillo ¡Arrodillarse ante Dios, dar gracias y más gracias porque es grande!

Por un costado la iglesia, tumbada varias veces por quién sabe qué azotes divinos. La pila bautismal de antaño la querían botar; ahora se exhibe en la casa donde nació el tipo que monta el caballo con bolas grandes, hechas por manos extranjeras; la casita queda unas cuadras más abajo ¡En el nombre de dios arrepiéntanse; en el nombre de dios perdonen a sus hermanos!

Unos angelitos decoran las fuentes, porque sépase bien que aquí no se es católico pero sí neoclásico, así lo pensó el Ilustre Americano, ese que erigió edificios en cien días. El mismo que echó a las monjas y luego mandó a hacer iglesia con el nombre de la mujer, pues de que vuelan, vuelan y hay que cuidarse las espaldas. Pero de eso ya hace mucho y hoy sólo quedan unos cuantos faros en la plaza y las fuentes, no se olviden las fuentes, con angelitos cristianos en estilo neoclásico. ¡Bendito sea el señor!

Un carajito tira el helado y más atrás el padre el tira un coñazo. Otro compra cotufas sólo para hacerle la guerra de maíz a su enemigo de al lado. Las ventanas de donde se tiró el cabito están cerradas. Desde aquel entonces (desde que el tipo se tiró con el paraguas) se han preferido las casas de una sola planta ¡Orden presidencial!

Dicen que desde aquí el expatriado de Diego de Losada fundó la ciudad, todo en perfecto damero madrileño. Hoy las baldosas ennegrecidas es lo único geométrico que se conserva porque la ciudad se desparramó por donde puedo, como reguero de agua, como el reguero de helado del carajito de hace un rato.

Viejos consternados se hacen costra a lo largo de la bancada, bajaron hoy como fervorosamente lo han hecho los últimos cincuenta años. Todo en ellos son gris, todo en ellos es cansancio. Una mujer cansada se quita los tacones y descansa los cayos. Detrás de ella un palacio, o mejor dicho, dos. Uno lo rayan de vez en cuando, según el ánimo de la esquina caliente; el otro está mejor pintado. Uno resguardó la fe en otros tiempos; el otro, las leyes. Pero eso fue hace tanto y sigue el flaco con el megáfono ¡Aleluya, aleluya, cristo ha resucitado!

Asalariados van y vienen, cruzan la plaza diagonalmente. Ninguno le para a las pelotas brillantes del caballo, tampoco alcanzan a ver al musiu que lo monta y eso que cuando niños los obligaron ir a la casa del tipo, esa que queda unas cuadras más abajo. El flaco se mueve con vehemencia ¡el día se acerca!

Un olor aprisiona a los que deambulan por la plaza. Hombres con máscaras y camisas de un rojo desteñido esparcen un gas intolerable. —Es pa´ los zancudos—grita uno y encima se le viene las mentadas de madre. Las mujeres recogen a sus muchachitos y huyen como cucarachas por las cuatro calles que rodena la plaza. La tarde va cayendo, cada vez son menos los aplausos y al rato se larga el flaco, tambaleándose con el megáfono.

Adiós a la plaza. Atrás quedan la Joyería La Francia (reducto del delirio moderno), las fuentes con los angelitos dorados, el piso cuadrado, los palacios y la casa amarilla (en la que se dio el brinquito por el terremoto); atrás quedó Bolívar y su caballo de bolas grandes forjadas por manos extranjeras.

Circe le pluie

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