viernes, 7 de mayo de 2010

El aplausómetro


Un día como cualquier otro, andando de aquí para allá, nos desplazamos al lugar de nunca jamás en el transporte público de nuestra querida ciudad capital. El calor, como es de esperarse, caldea un poco más los ánimos, que ya abatidos por el trabajo, las obligaciones y la rutina, convierte a las personas en seres cada vez menos amables.
Pero no todo es gris y monótono, cuando uno menos lo espera sucede alguna tontería que de seguro romperá con esas caras largas que abundan en el mundo sobre ruedas de una camionetita por puesto. El ánimo de los afortunados pasajeros es acariciado por una cortina musical, generalmente a unos decibeles inimaginables, que nos da la sensación de andar en una discoteca rodante por la cuidad, salvo que allí sólo podrá tomarse unos tragos de la poca agua que queda en el envase que lleva en su bolso, que muy posiblemente estará caliente.
Ante tal algarabía donde el único que disfruta placenteramente de la música es el “gentil” chofer con problemas auditivos, los pasajeros deben tener sanos pulmones, cosa que resulta realmente utópico en esta vida contaminada; y una gran capacidad de dicción para gritar, con la poca energía que les queda después de un largo día de trabajo, ¡EN LA PARADA...! y si corren con suerte nuestro sordo amigo los dejará una cuadra más lejos de su destino.
Esto es lo que normalmente goza y padece un caraqueño en su día a día pero Oh! sorpresa cuando el método empleado para solicitar la parada es diferente al que le hemos mencionado. Uno está sentado o en su defecto parado, charlando con sus amigos de viaje cuando de repente se escucha en el fondo un enérgico aplauso para solicitar la parada, mis amigos y yo nos miramos y sin más ni menos, soltamos una pícara y ácida carcajada.
Pues esto resulta algo inusual en nuestra querida capital, sin embargo, en el interior del país, el chofer del transporte público es una especie de artista; si lo analizamos bien, es poeta cuando lanza un “hermoso” pero grotesco cumplido a alguna afortunada señorita, otras veces es un cantante lírico, haciendo coros a esa música que ya le mencionábamos, la cual muy posiblemente sea un réquiem de reggeaton o una sonata de vallenato y ni hablar de sus aptitudes para la plástica, basta con observar como este señor ha “intervenido” la unidad con diferentes etiquetas, adornitos y demás objetos extraños –ni hablar del perrito que constantemente moviendo su cabeza en señal de afirmación-, lo que nos hace sentir dentro de una obra de arte conceptual, tocando muy de cerca lo kitsch.
Cuando nos detenemos a pensar esto, entendemos el porqué de los aplausos, ¡claro, cómo no lo habíamos captado antes! Es que estos señores choferes son artistas natos, no sólo por lo que acabamos de decir, sino porque hay que tener una paciencia extraordinaria para enfrentarse cada día al agotador tráfico urbano y a las personas que suben y bajan de la unidad, que no siempre son ángeles en la tierra.
 Por ello la gente los aplaude por su magnifica y titánica labor, así que cuando otra persona aplauda a un chofer, no cometa nuestro error, no se burle, aplaudamos también y gritemos ¡bravo, bravo! –claro, posiblemente el resto de los pasajeros los vean con caras no muy amables-. Pero esto sólo sucede en el mundo rodante de la camionetita por puesto y no todos tienen el privilegio de gozar de momentos divertidos, de aprendizaje e incluso, aunque a veces creemos que ya no existe, de la calidez humana que caracteriza al venezolano. 

                                                                                                                    La K-Boom

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