lunes, 5 de abril de 2010

De lo ambiguo a la sampablera: Caracas innombrable



Cuando llegamos a Caracas desde el exterior —como es mi caso—surge una primera interrogante: ¿esto es provisional o definitivo? ¿Esta “ciudad” la están construyendo o la están demoliendo?
Carlos Cruz-Diez




Hace algunos años leía a García Márquez evocando su época en Caracas. En la segunda línea el Gabo decía la infeliz Caracas (desde luego me ofendí). Pero al continuar la lectura descubrí que la infortunada expresión tenía dueño y no era del colombiano —fundador ocasional de otros pueblos—. Las palabras eran del mismísimo libertador, sí, del risueño Bolívar. Líneas más abajo el fabulador de Macondo conjuró el destino de mi ciudad ante mis ojos: a Caracas se le ama sólo si se es capaz de padecerla (desde luego, lo entendí).

Cuando Juan Villoro inquiría contra qué crece ciudad de México yo me preguntaba en nombre de quién crece Caracas, porque al pasear por la vieja ciudad de techos rojos —metáfora alegre que nombra a un pasado inexistente—, es clarísimo que Caracas crece como conjuro maligno escupido por quién sabe qué bruja, siempre bajo nombres imposibles que tratan de hacerla una ciudad mejor.

Nada sospecharía Dieguito Losada que su último gesto religioso, es decir, el bautizo de esta ciudad con el nombre de su patrono sería el inicio de una delirante verborrea que recorrería de esquina a esquina esta tierra —literalmente de esquina a esquina—. Losada abrió el libro de conjuros que intentaría nombrar los señoríos de los indios caracas, gente violenta según dicen los viajeros del Caribe.

Pero algunas centurias después la ciudad sigue indomable (si no, pregúntenle al Alcalde Mayor de turno, desconocedor de sus dominios). Los nombres de Caracas siempre parecen remotos, si se husmea un poco quizá se descubra que no tienen fundamento más que la costumbre de los pobladores, o su ocio. De hecho la ciudad está plagadas de cuentos: que las estatuas ruedan de tiempo en tiempo, verbigracia. No hablemos del difunto Colón, desaparecido en los previos de la Plaza Venezuela un día de… resistencia, encuentro, descubrimiento, raza… (Tampoco está claro el almanaque).

Y como del ocio al chisme es corto el lindero, las calles de la ciudad —en especial sus cuadras— están como verbigracia de ello: En alguna esquina del centro vivía el señor Madriz con sus tres lindas hijas, como todos tenían que ver con ellas pues su casa era referencia obligada, así que si usted baja por la Catedral señor, ahí mismito encontrará las Madrices (decían que la menor no era tan agraciada).

Sí, la Sultana del Ávila (nombre no muy autóctono que se diga) está hecha en nombre de personas y personajes. No sólo han sido los ilustres, Caracas se ha nombrado desde incidencias: dicen que la esquina el muerto data de época de guerra federal y que a la hora del toque de queda cuando se recogían los cadáveres, uno se levantó, se sacudió un poco la ropa y cogió camino para su casa. Pero otros temores acechan al caraqueño: la cuadra que va de Peligro a Pele el Ojo (o viceversa) es paradigmática. Nadie sabe qué pasó allí, pregunte para que vea.

Cuándo Miranda se quejaba del bochinche era porque no había vivido la sampablera. La revuelta en la esquina de San Pablo sirvió de excusa para renombrar el particular alboroto del caraqueño. La ambigüedad no admite número, ni decreto presidencial. Todavía llamamos Parque del Este a la re-etiquetada estación de metro Miranda. Lo cierto es que ni lo uno, ni lo otro, porque el parque verdaderamente se llamaba Rómulo Betancourt (el que dijo: Disparen primero y pregunten después).

No todo es desastre en Caracas, hacia el este hubo un intento por dar número. Todo muy bien hasta que ves que la Rómulo Gallegos (éste gobernó de vaina) es la primera trasversal de Santa Eduvigis, pero la tercera o cuarta de los Palos grandes. Lo bueno es que muchas cosas se llaman Bolívar y eso da aires de familiaridad.

Quién pensaría que la infeliz caracas tendría bondades. No en todas partes del mundo usted puede saber de tantas latitudes en el mismo lugar. En las Mercedes, con poco esfuerzo, usted puede ir de París a Nueva York sin pasaporte.

Caracas se disgrega hacia el mar, hacia la montaña. Hay que hacer una salvedad sobre esto último, si usted ve ranchos sobre la montaña está en presencia de un cerro; si ve geométricas urbanizaciones, una colina. Así que no es cualquier montaña.

La disgregación de la “sucursal del cielo” (éste sí que fue un mal chiste) alcanza la psique de sus habitantes, incluso su modo de hablar. El caraqueño no habla español y mucho menos castellano. Nuestra enmarañada jerga es digna de los vericuetos de la ciudad: nunca serán lo mismo cualquier vaina a te voy a echar una vaina. El caraqueño, hablador de paja por excelencia, no siempre es dicharachero, si se molesta, te puede echar paja.

Cuando Cruz-Diez (no exento de ironía) se pregunta si Caracas se está construyendo o demoliendo, siento cierto alivio pues ya Villoro recuerda que la ciudad moderna está determinada por la construcción, pero no la posmoderna. Sonrío y pienso que Caracas puede ser un paradigma de la posmodernidad porque, dice Villoro, que a estas ciudades las caracteriza la función. ¿Qué función tiene la innombrable Caracas en nuestras vidas?

Lo que comenzó como honor a un santo se ha convertido en un monstruoso leviatán. Caracas devora al tiempo entre sus fauces y con él se lleva a sus dolientes; las calles se hacen eternas —con nombres inverosímiles— en un embotellamiento de cinco de la tarde.

Se ha optado por seguir la truncada nomenclatura citadina. Yo nací en Petare —al lado del río, en lengua indígena—, ahora vivo en el centro. Si alguien quiere visitarme móntese en una camionetica que diga Puerta Caracas, a la salida del Mc Donalds de Capitolio; sepa que vivo entre Torrero y San Vicente, subiendo por Dos pilitas, al final de la Baralt, antes de la cota mil. Por cierto, la cota mil tiene otro nombre, el oficial, Avenida Boyacá (suponemos que fue una batalla afortunada). El nombre popular le viene por su altura; justo allí Caracas está a mil metros sobre el nivel del mar (a quién le importa eso).

Circe de Pluie

2 comentarios:

  1. Chama figurate que pelé el ojo pa leerte.. qué vaina tan buena!! (acá doy indicio de lo caraqueña que soy).
    Por cierto Circe de Pluie, con todo lo que he leído acá, han surgido muchas dudas. Por qué alguien que nació en Petare (y todo lo demás) quién ahora vive en el centro (y todo lo demás) se hace llamar Circe de Pluie?

    Excelente texto! =)

    Menyuish

    ResponderEliminar
  2. bueno... soy una bruja, así que lo de circe está en eso. Circe e sla que convierte alos hombres en animales en la Odisea. Por otra parte, lo del agua ya me viene de nacimiento (nací al lado del río, eso es Petare en lengua indígena)así que la palabra lluvia me parece hermosa. Cuando descubrí su escirtura en francés, me pareció bellísima, así que soy de pluie (de lluvia).
    Una bruja de LLuvia

    Circe de Pluie

    ResponderEliminar