sábado, 13 de febrero de 2010

Despierta



Mientras tanto tú seguías haciendo esas promesas de hotel que tan pronto aprendiste para hacer el papel de hombre. Tus quejas del día se perdían con el sonido de la furgoneta que todas las noches se paraba en la esquina. El hombre recibía un paquete y daba dinero a cambio. Eso decía yo en las noches de los viernes. Siempre el mismo hombre en la furgoneta. Tú preguntabas cómo yo lo sabía.

Hoy también es viernes, es de noche y la ventana está abierta. Tú no oíste mi queja. Sólo un qué de tu parte bastaba para que desapareciera mi mueca y volviera al cigarro. Mi vista se extravía en la pelea del frente. El humo ya lo confundía con mi aliento; esto es fácil de saber porque nunca supe a qué olía mi aliento. Las noches de viernes yo no era la que sonreía los lunes. Era el humo que se perdía y no la mujer que fumaba.

Pero tú sí. Tú eras el hombre que hacía las promesas desde la cama. Y luego venía el sueño; el tuyo, no el mío. Mi sueño hace tanto que no venía. Yo les pedía a los dioses nocturnos que me cerraran los ojos. Pero no a un Morfeo cualquiera, sino a un borracho con una botella vacía. Y digo vacía porque ya sabes cómo odio el trago barato.

Me gustaba la idea de que el sueño viniera de abajo, porque estábamos arriba, creo que en un octavo piso. Y vino el sueño, no el tuyo, sino el mío; tú ya dormías. Fue una sensación extraña. Y digo extraña porque era mía y ninguna sensación hasta entonces lo había sido. Entonces me di cuenta de que lo extraño era lo nuestro. Sí, lo extraño es lo que descubrimos: vamos desenvolviendo el papel brillante y sabemos que es chocolate, pero igual nos sorprendemos cuando lo llevamos a la boca. Así nos comemos lo extraño, como un chocolatico de envoltura dorada.

Y lo ajeno era la envoltura, o sea, tus palabras aprendidas, los modos de la mesa, de la cama, de la entrada y del adiós. Sí, creo que dije adiós, pero esta vez no vi atrás. Si lo hubiera hecho tú me hubieses envuelto con tus palabras brillantes que cubren al chocolate. Si lo hubiera hecho tú me hubieras halado a la realidad: esa suerte de emoción enlatada que tú llamas vida.

Por eso no te miré. Sólo dejé que mi extrañeza fuera masticada. La hice mía, pensé. No. No fue así. Ella era la dueña. Sí te digo que la extrañeza era mi dueña y yo un mero juguete. Ella existía sin mí. Ella estaba afuera, en el hombre que cambiaba el paquete; en el borracho que miraba la botella vacía; en nuestro cuarto de hotel de octavo piso. Yo, en cambio, no era nada y supe que dejé de existir cuando cerraste los ojos para dormir.

Pero no quería perder mi extrañeza ¡carajo, costó tanto conseguirla! los dientes amarillos por el cigarro; las ojeras esperando al borracho que me durmiera. No podía creer que ella también se iría. No sin mí… creo que fue antes de la caída que se me ocurrió que cuando tú abrieras los ojos yo volvería a ser la mujer que fumaba y eso, bueno, no estaba tan mal.

Pero eso fue una vaga idea hace unos viernes atrás, seguramente cuando estabas despierto. Pero hoy estás dormido y ya sólo me queda la extrañeza de aquel día, cuando estaba arriba. Ahora estoy abajo y tú buscándome, alzando la voz y moviendo las manos. Tratas de pensar si yo te hablé anoche. No lo hice. Yo nunca te hable. Yo que estaba mendigando sueño. Yo cansada de tanta vigilia. Yo harta de tanta palabra acartonada. Cansada de vida resuelta en titulares de primera página y emociones en latas de atún.

Ciece de Pluie

5 comentarios:

  1. Nei! esta demasiado bueno!! me ha encantado, maravillado... excelente!

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  3. merci beacoup mes amies... je m´apelle Cicrce de Pluie...no lo olviden...

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  4. Nei, me entaron esos cuentos...el juego de palabras que forma la progresion temática es muy original....tús cuentos brillan como la envoltura del chocolate...jejeje

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